feb 12/2/11
Jimena Barón No es de ese tipo de gente que viaja a la India y, al volver, dice que ya no es la misma. Fue, recorrió, se deslumbró, volvió, y sigue siendo ella. Eso siente, eso dice. No tiene necesidad de actuar una falsa espiritualidad…
“Algunos turistas son muy gomas y creen que sólo por haber ido ya encontraron la paz. Se compran una túnica, se rapan y juran que tienen otra energía. Yo me traje unos pañuelos y nuevos sabores para cocinar, pero no es que dije ‘Ah, vivía en Barrio Norte y como vi un pobre en Bombay entendí lo que es la vida’. Por favor, cambiás donde querés cambiar. Para eso no hace falta viajar”, retruca Jimena Barón, dueña de una honestidad brutal que la aleja del lugar común.
Tiene 23 años y un decir más asociado al relato que al discurso. Amparada en la frescura, rompe con el molde del que quiere hacerse oír. Se deja oír, como cuando asegura que “sigo haciendo las mismas cosas que hacía cuando era chica. Me reconozco en lo jodona, en lo impaciente, en lo que me cuestan los baches, porque me aburren y me pongo a dibujar. Cuando intento hacerme la grande y leer un libro serio mientras espero la escena me quedo dormida, no me sale”.
¿Cómo es hacerse la grande?
Venir a trabajar con un libro abajo del brazo, con esa cosa de intelectuales que tienen algunos actores. Y cuando me aburro se me nota y algunos me dicen ‘Dale, ya no sos Jimenita’. Es que, excepto en Casi ángeles, siempre fui la nena del elenco. Y ya de chiquita era muy caradura.
¿Tuviste vida de niña o te perdiste algo?
Lo que me perdí, realmente, decidí perdérmelo. Traté de ir al colegio lo más que pude, aún grabando un montón, y los profesores y directores me ayudaron mucho. Siempre elegí este trabajo desde un lado súper maduro, cosa que me impresiona un poco cuando miro para atrás. Jamás dudé de lo que quería hacer.
Buena jugadora de básquet, se ufana, y “muy exigente y perfeccionista” por autodefinición, un acto escolar le marcó el camino a seguir: “El colegio había contratado a Claudio Hochman para que dirigiera una obra en la que yo era medio protagonista. El me vio muy copada, canchera, no sé, y le dijo a mi mamá que me anotara en teatro. Así que fui a estudiar con Nora Moseinco y enseguida me surgió la chance de trabajar en El faro (ver La anécdota). Y pasó mucho tiempo hasta que tomé conciencia de lo que significaba laburar con Norma (Aleandro) o con Ricardo (Darín). Y eso hizo que me viera fresca en pantalla. No estaba enroscada con el personaje… Bueno, casi nunca me enrosco. Era ‘¿Qué tengo que decir? Ah, bueno, listo, listo’. Y algo de eso sigo manteniendo. Cuando me pongo muy seria la pifio. No soy de intelectualizar cada papel ni de pasarme horas hablando del oficio del actor. Tengo clarísimo lo bueno que es tener trabajo y tener continuidad en el trabajo. Estoy muy agradecida y todas las mañanas vengo a grabar chocha. Además soy muy responsable. Pero eso de charlar con los colegas sobre la técnica y las formaciones no me va mucho. Soy medio irreverente en ese sentido”.
Con un cortado y su soltura mediante, recuerda, en el bar de Pol-ka, el día en el que pisó la productora por primera vez, hace 12 años: “Acababa de cumplir 11, Adrián (Suar) me llamó para una reunión y creo que vine disfrazada de un acto del colegio. Estuvimos hablando un rato, me dijo ‘Vi El faro, me encantó lo que hiciste y quería conocerte. No tengo una propuesta concreta, pero me gustaría que estés en alguno de mis programas’. Lo miré y le dije ‘No, no, yo no voy a trabajar en cualquiera de tus programas’. Mamá me apretaba la pierna debajo de la mesa. ‘¿Qué, má? Yo solamente quiero estar en GasolerosSSRq. Hacía tres meses que estaba al aire. Adrián se rió y tiró ‘Bueno, no me estás dejando opción, así que vamos a escribirte un personaje’. Y me quedé las dos temporadas”.
Con una infancia repartida entre Belgrano y Villa Urquiza, cuenta que “era muy Tarzanita, me trepaba a los árboles, me cortaba, me raspaba, me lastimaba las rodillas. Y, al mismo tiempo, jugaba con mis muñecas. Tenía y tengo los dos polos muy desarrollados: era varonera y también muy femenina. Puedo ir a cenar al Hotel Alvear y también comerme un asado de parada. Cuando me fui a vivir sola, por ejemplo, todas las tardes bajaba a tomar mate con Hugo, el portero, y era un momento muy feliz. No me gustan los encasillamientos. Sí reconozco que tuve una época de idiota total. A los 13 años estaba pendiente nada más que de la ropa, decía que todos, menos mis amigas y yo, eran unos tarados. Hasta que a los 14 ó 15 me puse de novia y salí de esa burbuja”.
Con papeles que dieron que hablar en Los Roldán, Por amor a vos y Casi ángeles, ahora compone a Poly, la chica que “es como el cerebro de la brigada, una luz, una mina muy inteligente que vivió en varios países, medio soberbia, una cancherita”. Este personaje de Los únicos -la tira que esta semana estrenó El Trece, a las 21.30- marca su vuelta a Pol-ka, “que es como mi segunda casa”. Tal vez por eso se la ve fresca, distendida, franca. Tal vez porque, sencillamente, es como dice ser.
Fuente: Clarín
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